
Fueron la carta de Pakistán para controlar Afganistán y terminaron llevando el país de vuelta a la edad media. La historia de sangre, terrorismo y opresión de la facción que acaba de retomar el poder.
Hace algo más de un siglo, George Bernard Shaw definió a la Historia como aquello que todo inglés debería aprender y todo irlandés debería olvidar. Estaba hablando de un conflicto imperial largo, en apariencia insoluble, en el que abundaban enviados que seguro que tenían "la" solución y generales llenos de medallas que la entendían como matar a los rebeldes y cooptar a los demás. El conflicto irlandés se resolvía haciendo que los isleños fueran "democráticos", en lo posible anglicanos y súbditos leales. Así les fue, a estos estrategas, como les fue y les sigue yendo a los que pensaron así a los afganos, un pueblo que parece haber construido su identidad nacional con un arma en la mano y que se acaba de cargar a otro imperio.
Esta retirada norteamericana es la tercera humillación internacional que los afganos le regalan a una superpotencia. El último extranjero en dominar, aunque sea por un tiempo, al país fue Alejandro Magno, hace alguno que otro milenio. Probaron todos, los persas y los mugales, los zares y los turcos, y a todos los fue igual. Los ingleses invadieron en tiempos del Raj, cuando eran los Estados Unidos de la era victoriana, para frenar un peligro ruso enteramente imaginario. Fueron masacrados y volvieron a invadir de orgullosos, por los pocos días que necesitaban para recoger cadáveres, izar la bandera y quemar Kabul. La siguiente vez que alguien vio un uniforme británico fue en este siglo joven, cuando la Royal Army iba de comparsa de los americanos.
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