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Por Joaquín Sánchez Mariño, LA NACION, 24.04. 2016
y cosas que sabemos para qué son. Objetos cuya evidente utilidad nos da alegría. Los pisapapeles, un bastón, las manos de silicona que se pegan a la pared y sirven sólo para colgar repasadores. Cosas indiscutibles. Pero hay otras que parecen siempre estar por entenderse, elementos en tensión con la realidad que dependen de su discusión para subsistir y que transforman sus sentidos. El amor. La economía. La cultura.
Recién comenzada su edición número 42, la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires también lo es. Con más de un millón de visitantes por año, su importancia es indiscutible. Su utilidad, en cambio, está cada vez más sujeta a discusión, a medida que el mundo editorial y las formas de consumo de libros se transforman. El debate, que sucede más en las conversaciones de los entendidos que en discusiones públicas, enlaza las dos caras de los asistentes (lectores/compradores), la convivencia de editoriales de distintas dimensiones y el rol de un espacio como el de la feria para el desarrollo de la industria del libro.
Así, por ejemplo, es cierto que en las tres semanas algunas editoriales venden más libros que en todo el año, ¿pero esto representa un crecimiento a largo plazo? Es decir, la potencia de lo que pasa en la feria no siempre representa la situación del sector editorial, que encuentra en ella una representación festiva a veces incongruente con su desarrollo. Entonces, ¿para qué sirve la Feria del Libro?
Oche Califa, director actual de la Feria, explica que desde la Fundación El Libro (organizadora del evento) tienen "un ojo puesto en la demanda del sector y otro ojo puesto en el lector". "Tratamos de que el lector se energice culturalmente para que el resto del año esté buscando los libros que vio y para que esté en contacto con muchas experiencias culturales, porque no sólo se promueve el libro sino también el cine, el teatro y todas las manifestaciones artísticas", explica. Una feria como usina de contagio que sirve, digamos, para dar ganas.
Por su parte, Gabriela Adamo -antecesora de Califa en la Feria y actual directora del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba)- distingue dos maneras de ver su utilidad: como una posibilidad excepcional para vender libros o como una ocasión para generar lectores. "Para mí debería haber una coincidencia entre ambas maneras de ver su función -dice-. A mí me interesaba la parte cultural, la parte de generar lectores. Servir como un creador de hábitos de lectura. En ese sentido, traer a públicos diferentes era parte de mi interés. La Feria es tan grande y tiene tanta potencia que puede atraer a personas que no son lectores y convertirlos." Su manera de ver la cuestión abre la puerta a la primera gran pregunta. ¿Todo comprador de libros es, por ello, un lector? ¿Atrae la Feria a más lectores o a más compradores?
Cualquiera que haya recorrido sus pabellones alguna vez sabe que si encuentra una larga fila de gente que espera para entrar a una sala, allí probablemente se vaya a presentar un personaje de la televisión o del círculo de "celebridades" mediáticas. Moria Casán, Roberto Pettinato, Nik, Tini Stoessel, un chef conocido son algunas de las opciones que suelen ocupar las salas mayores mientras, en un rincón perdido del Pabellón Ocre, algún poeta fabuloso al que nunca conoceremos lee sus dodecasílabos para los dos o tres amigos que seguramente lo acompañaron. En ese sentido, ¿puede decirse que la Feria sirve para representar la realidad pero no para cambiarla?
Adamo, sin embargo, piensa esto de manera positiva: "La Feria está compuesta por un montón de personas y hay que pensar en todos ellos. Si yo tengo mucha gente que viene para ver a una estrella de la tele, la pregunta es cómo hago para aprovechar eso y acercarla a otro tipo de lectura. Es muy difícil de lograr y es el gran debate", completa.
La discusión: el modelo
Generar lectores está bien, nadie podría oponerse. ¿Pero es realmente la función de una Feria que está articulada por entidades privadas? Es decir, ¿le corresponde al mundo editorial ingeniárselas para generar lectores? ¿O eso es, en última instancia, una manera de ampliar mercados?
Digamos que la Feria está para ayudar al mundo editorial a crecer por medio de las ventas, del gran show que se arma alrededor de los invitados y de la fetichización del libro. Pero el objetivo es siempre, a largo o corto plazo, que se vendan más libros. En América Latina, este modelo de feria resulta el mejor método, donde el principal sostén son las ventas al público. Pero no es el único modelo.
"Hay distintos tipos de feria -explica Gabriela Adamo-, pero todos tienen en común que son operaciones inmobiliarias: se alquila un espacio y se subalquila. Después están los modelos: hay ferias hechas por empresas con fines de lucro (como el caso de Feria de Londres, organizada por Reed Exhibitions), que es puramente un modelo de negocios: así como montan una feria de libros, a la semana montan una feria de muñecas; después está la Feria de Frankfurt, la más famosa del mundo, que es un modelo profesional, apuntado explícitamente a la industria; y por ultimo está el modelo de la de Buenos Aires, que es híbrida: abierta al público pero con tres días de jornadas profesionales. Tanto la de Frankfurt como la de acá se realizan sin un fin explícito de lucro, y ambas se sostienen por el alquiler de los stands."
¿Qué modelo es mejor? Depende quien lo mire. Desde la Fundación El Libro sostienen que un evento que hace que los libros sean protagonistas de la agenda nacional durante 21 días no puede ser discutido. "La Feria está instalada, es un hecho cultural ineludible en la historia argentina, un hecho que merece una película que la relate. La de Frankfurt es otra cosa. Hay libros paraditos y mesitas para hacer negocios. Hay insignificantes actos culturales. No hay debates, lecturas, conferencias. Pero a su vez, no es necesario pensar si es mejor o peor, porque la Feria de Buenos Aires tiene las jornadas profesionales, que son justamente tres días dedicados al modelo de negocios", dice Califa.
Jorge Gutiérrez Brienza, quien está a cargo de esas jornadas, dice: "Es importante hacer notar que existen porque después hay periodistas que van a la Feria de Frankfurt y dicen que es mejor porque en la de acá no hay negocios. Y los hay, sólo que no lo saben", agrega.
¿Podrían estas jornadas profesionales durar más días? Sí, y es uno de los puntos que se discute en la Fundación El Libro, pero el principal problema es el costo de los traslados y la estadía de los editores que vienen del exterior y el interior. Y mientras, al otro lado del Atlántico, los organizadores de Frankfurt se plantean lo contrario: ¿podrían agregarse más días con venta al público? Hoy, por lo pronto, ya destinan el último día para las ventas al ciudadano de a pie. "En última instancia, los dos modelos son venta minorista versus venta mayorista", sintetiza Adamo.
Todos a favor
"Creo que uno de los desafíos más interesantes que tiene la Feria es generar un espacio más adecuado para las nuevas editoriales. Sería ideal intentar bajar la barrera de ingreso para que cada edición ofrezca año a año más bibliodiversidad y se convierta en el lugar donde el lector puede encontrar editoriales que por distintas situaciones no suelen estar en la mayoría de las librerías", dice Víctor Malumián, de Ediciones Godot.
Su aspiración es lógica. Para esto, Califa explica que están tomando medidas. "En el Pabellón Amarillo vamos a estrenar este año una zona que se llama Nuevo Barrio. Se trata de un espacio cedido a doce editoriales (tres del interior, tres del exterior y seis de Buenos Aires), que fueron seleccionadas por un jurado para que cada una tenga un stand propio de manera gratuita. Es para alentar la presencia de editoriales que nunca estuvieron y porque tenemos la convicción de que el crecimiento de la industria del libro está garantizado si hay bibliodiversidad."
De todas formas, aunque a veces realmente les resulte un esfuerzo lograrlo, la mayor parte de las editoriales pequeñas y medianas coinciden en que conviene estar. "Vale la pena para que los lectores a los que habitualmente uno no llega conozcan nuestros libros. Acercarse a ellos es una tarea permanente y la Feria facilita ese encuentro", sostiene Leonora Djament, editora de Eterna Cadencia, que es parte de un stand conjunto. Diego D'Onofrio, de La Bestia Equilátera, coincide y agrega: "Como en general nuestros libros tienen una gran aceptación, vamos cosechando lectores fanáticos que todos los años se llevan las novedades y algunos libros que les faltan y no dejan de venir en cada ocasión. Luego nos siguen durante todo el año a través de las redes sociales".
Lucas Mertehikian, del sello independiente Dakota, cuenta que sus libros están a la venta en la feria en el stand de la distribuidora con la que trabajan, Waldhuter, y que aunque querrían tener una representación mayor, la cuestión de los costos los demora. "Nos parece que el catálogo todavía es demasiado acotado; no creo que tenga demasiado sentido estar por estar. Muchas editoriales independientes no han estado todavía y sin embargo su proyección y visibilidad siempre fue más que buena", dice.
"La Feria es el evento cultural más importante de la argentina", opina Nora Galia, directora de Letras del Sur. "Durante los días en que transcurre, un editor no sólo tiene la posibilidad de vender libros y gestionar compra-venta de derechos, sino también de tener un contacto directo con los lectores, bibliotecarios, libreros y colegas. Sin embargo, hay además en Buenos Aires otras ferias que se van consolidando, que son las denominadas 'Ferias de Editores'. Lo que encuentran los lectores en este tipo de ferias es el contacto directo con el editor, el acceso a lo que podríamos llamar la cocina del libro", agrega.
Y ofrece un nuevo lema. Si en sus inicios la Feria funcionaba bajo el "Del autor al lector", viejo eslogan de la Sociedad Argentina de Escritores que aún se sostiene por la enorme programación que hay, poco a poco van surgiendo propuestas que sugieren un "Del editor al lector". No es casual: si antes era un ejercicio anónimo, editar libros va tomando cada vez más encanto, cierto charme que vaya uno a saber de dónde viene y que, acaso por pereza, es más fácil englobar en la palabra moda.
Fin de fiesta
El escritor Fabián Casas cuenta que una vez estaba invitado a la Feria de Frankfurt y en vez de ir a las rondas de negocios se fue a caminar por la ciudad y mandó a un amigo suyo a hacerse pasar por él. Según dice, nadie se dio cuenta. Es, de algún modo, lo que sugieren de Frankfurt los enamorados del modelo argentino: dicen que allí está vivo el negocio, pero no la cultura. Allí los libros son productos, mientras en la Feria son protagonistas. ¿Pero no es acaso el negocio el primer defensor de una actividad cultural? ¿No es la profesionalización el estadio superior de un oficio?
Sin embargo, la idea incomoda, como incomoda pasar de un libro de papel a un e-book. Son migraciones que sólo los desenamorados o los indiferentes pueden realizar sin acobardarse. El mundo de los libros necesita de sus peligros para sobrevivir. Y son esos peligros los que vuelven excepcional la Feria del Libro de Buenos Aires. Algún día la historia del millón de lectores, todos juntos en un mismo lugar buscando su libro adorado, será el mito que quedará de estos tiempos.
En ese sentido, la idea de pensar una Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en el formato frío y mercantilista que tiene la de Frankfurt incomoda. El solo hecho de imaginarla como un evento dirigido exclusivamente a la industria ya molesta, y hace que ni los que no han vendido un solo ejemplar en sus pasillos se animen a discutirla. Pero en términos estrictos, la Feria de Buenos Aires es un lugar donde se venden libros. El resto, lo que todos apreciamos que esté disponible, múltiple y abierto a cada vez más personas, podría pensarse como un vástago del negocio. Es la paradoja que el mundo editorial quizás no quiere ver: su panacea vino en forma de shopping.
OTRAS FERIAS
LONDRES Organizada por una empresa privada que arma ferias de otro tipo, dura tres días en abril y se destina a la industria.
FRANKFURT Estrella del mundo editorial, dura cinco días en octubre (sólo dos está abierta al público) y es el mayor centro de negociación de derechos y venta de contenidos.
GUADALAJARA Dura nueve días y reúne objetivos industriales y culturales: hay debates intelectuales y premios prestigiosos para escritores.
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