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Transhumanismo laboral: condenados a actualización perpetua





Desde todo palco mental mínimamente iluminado se puede asegurar que vivimos la tecnología como una prolongación de nuestro cuerpo. Los Smartphone han escalado, como simios dopados, hasta coronar en nuestro cerebro una dependencia tan elevada como a la serotonina. Podría considerarse el primer elemento de transhumanismo generalizado. Una etapa previa a las piernas biónicas, los brazos con venas de litio y los miembros eléctricos. Hay, no obstante, algo que se adelantará, por necesidad, a la futura versión real de Ghost in the Shell. 

Antes que un caparazón de metal y plástico, el siguiente paso en el transhumanismo será el de asumir una capacidad de adaptación como la de la informática. La inteligencia computacional ha logrado alcanzar sus atalayas de evolución al ser bendecida con las herramientas del aprendizaje, y una asimilación de contenidos y variables supersónicas. Al más puro estilo Bruce Lee, los ordenadores han logrado su metamorfosis, su cambio de estado, al líquido. A ellos les da igual ser herramientas para la creación artística, la resolución de problemas o la diseminación de información y contenido. Estas máquinas han logrado erigirse como el cruel reflejo de las futuras necesidades humanas. Las gentes orgánicas habremos de actuar igual, tarde o temprano, adaptándonos constantemente, mutando nuestra materia, para poder hacer frente a los perpetuos cambios que se avecinan. Desde el escenario laboral, hasta el social, emocional e interactivo, no se puede escupir sobre la cabeza de esta revolución y esperar que se achante. El coup d´Etat de la tecnología impregnando cada ápice de nuestras vidas es ya, casi, una realidad, pero más lo será en diez años. En esa fagocitación transhumanista, los regímenes de aclimatación rápida de los ordenadores serán referencia vital. A pesar de todo, no se puede olvidar que, aunque la adaptación fluida, ser como el agua my friend, permita convertirse en taza, o tetera, también necesita de una superficie rígida y cóncava, sin fisuras, que contenga el líquido para no desparramarse.

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